Decía Italo Calvino que los clásicos no se leen, sino que se releen. Es posible que tuviera razón, sobre todo en aquellos tiempos en los que uno llegaba a la madurez habiendo leído unos cuantos clásicos. Pero en estos tiempos de mudanzas en los que nos encontramos, es posible que muchos deban leer a los clásicos, pasados los cuarenta, para poder releerlos alguna vez, allá por la jubilación laboral (a los 65 o a los 67 años, quién sabe).
Viene esto a colación de una relectura que he hecho estos días de un artículo de Rafael Altamira, publicado en el Bulletin Hispanique allá por el ya lejano año de 1900, titulado "La reforma de los estudios históricos en España" (leer aquí). Convendría que muchos historiadores, y también algunos estudiantes que no están muy contentos con la llamada "reforma de Bolonia", lo leyeran con detenimiento.
Viene esto a colación de una relectura que he hecho estos días de un artículo de Rafael Altamira, publicado en el Bulletin Hispanique allá por el ya lejano año de 1900, titulado "La reforma de los estudios históricos en España" (leer aquí). Convendría que muchos historiadores, y también algunos estudiantes que no están muy contentos con la llamada "reforma de Bolonia", lo leyeran con detenimiento.